martes, 28 de septiembre de 2010

“La leyenda del deseo”

En una tierra lejana, cerca del desierto, en un caserío olvidado por el resto del mundo, donde todas las personas que habitaban aquel lugar eran muy pobres, pero sin embargo se escuchaban las risas felices de los niños jugando todo el día bajo el brillante sol. Así era Camilo, un niño feliz de unos 14 años de edad, tenía el pelo oscuro y rizado, piel morena y unos vivaces ojos café, con gran nobleza y humildad, muy inteligente y curioso de lo que lo rodeaba, con una sencillez impresionante, Camilo, aquel muchacho huérfano de padre y madre desde los 7 vivía en aquel lugar con su abuela, ella era la única persona que le quedaba en el mundo.
Los dos lo compartían todo, la anciana se esmeraba a diario para que el niño pudiera estudiar y aprender, pues ella nunca pudo hacerlo y siempre añoro poder leer y escribir. Eran muy felices juntos a pesar de la pobreza, en medio de la nada lo tenían todo.
Había días en que los embargaba la tristeza por la muerte de los padres de Camilo, pero los sostenía la firmeza de saber que siempre estarían juntos y que mientras el uno viviera cuidaría del otro.
La abuela era una mujer muy fuerte a pesar de sus años, toda su vida había trabajado para ayudar a su familia. Vendía frutas en la plaza para sostenerse y ayudar a su nieto a estudiar.
Per inexplicablemente cayó enferma de gravedad, sin saber porque o cuando, muchos vecinos del lugar la conocían y quisieron ayudarla pero nadie conocía el raro padecimiento de la mujer que se retorcía por el intenso dolor y sufría de fiebre muy alta. Camilo se asustaba de pensar que su abuela podía morir, se sentía impotente pues no era mucho lo que podía hacer por ella.
A diario, Camilo salía de su humilde vivienda a conseguir agua para y alimentos para su abuela, que lo miraba sin poder cambiar nada.
Había por las cercanías, un anciano llamado Gabriel, del que se decían muchas cosas porque había viajado mucho en el pasado. A diario los niños se reunían junto a él para escuchar sus aventuras y hazañas en medio de fuertes mareas o atravesando el árido desierto. Camilo alguna vez había estado allí atento a sus relatos, fascinado por aquellas historias. Muchas veces escucho al hombre repetir la historia de una mágica piedra que era capaz de conceder cualquier deseo a la persona que la hallase, se encontraba en algún oasis en medio del desierto, y solo un osado y valiente podría encontrarla y si su alma era noble y llena de bondad su deseo seria concedido, la llamaba “La leyenda del deseo”.  Nunca se había interesado tanto en aquella leyenda como esa mañana, una mañana gris como todas sus mañanas desde que su abuelita cayó enferma de gravedad, desde que supo que no había cura conocida para su mal y desde que ese mal cubrió su vida de tristeza atendiendo a la que una vez fue tan fuerte como un roble, con su inmensa sonrisa lo llenaba todo. Aquel día, Camilo había encontrado la respuesta, la única salida a la terrible enfermedad que amenazaba a cada instante la vida de su abuela desde hace tantos meses.

-“¿Qué tengo que hacer?...”-, pregunto desesperadamente a don Gabriel, cuando estuvo seguro de que podía escucharlo. Al principio don Gabriel no quiso ayudarle, el niño insistió desesperado, pero el anciano se negaba, y se alejaba tan rápido como sus cortos pasos le permitían, Camilo corrió tras el insistente, su pequeño pie se enredó en una piedra y callo dándose un fuerte golpe en la cabeza.
Aquella tarde don Gabriel explico entonces al muchacho que debería atravesar medio desierto hasta encontrar el oasis donde se hallaba escondida la mágica piedra, pero que era un asunto peligroso pues las tribus rivales se peleaban el territorio a sangre fría, Camilo asintió intranquilo pero dispuesto a hacer lo que fuera necesario por salvar la vida de su abuela.
Decidido, llegó a casa y tomando un poco de agua en frasco se despidió de su abuela convencido que esa era su única salida; -“al volver, estarás curada… lo prometo”. Se marcho entonces, llego hasta la plaza donde los comerciantes se alistan para el viaje. Rogo a uno de ellos que lo llevara pero este hombre se negó, el muchacho estremeció el camello, el hombre vio su rostro lleno de tristeza y no pudo negarse.
El sol había brillado con especial intensidad, pero comenzaba a caer la noche, era el cuarto día de viaje y el grupo se detenía para descansar, Camilo se fascinaba con el paisaje que era igual o más maravilloso a la descripción que hacia don Gabriel. Había sido un viaje muy tranquilo hasta esa noche. Lograba verse en el horizonte acercarse muy rápidamente a la tribu enemiga, la guerra había comenzado. El combate frontal había alcanzado al grupo, había mucha confusión en el lugar, las figuras humanas se perdían en la arena, Camilo estaba muy asustado. De pronto vio caer herido al buen comerciante que lo había ayudado, quiso auxiliarlo, pero sintió un dolor intenso en el costado derecho; había sido herido con una lanza que penetro en su costado izquierdo, en pocos instantes perdió el conocimiento y quedo inmóvil, tendido en la arena.
Al despertar, Camilo se encontró aturdido pues con su herida vendada, se encontraba en un lugar desconocido para el, en una choza de palma. Salió a caminar un poco y vio mucha gente, mujeres recolectando agua y grandes hombres afilando lanzas, la arena había desaparecido y de pronto había fresca hierba bajo sus pies, palmeras enormes al levantar la mirada; -“el oasis!!!!”-, gritó exaltado de alegría y con un fuerte gemido de dolor por su herida. De pronto se acerco vio acercarse al buen indio, y solo entonces recordó su figura difusa auxiliándolo. –“¿Qué a pasado con los demás?, ¿Están bien?”- pregunto un poco asustado, el indio lo tranquilizo diciéndole que los heridos estaban mejorando y se encontraban en otras chozas, muchos ya habían partido, -“¿cuanto tiempo llevo aquí?”, pregunto nuevamente, -“muchos meses” exclamo el indio. Camilo salto de impaciencia porque no sabia como podía estar su abuela, necesitaba saber de ella, quiso partir de inmediato pero el indio lo detuvo, aun estaba muy débil no era conveniente, -“además…”, repuso, -“no hay nada que puedas hacer, aquella anciana ha fallecido”, Camilo rompió en llanto, su empeño no sirvió de nada y no pudo, al menos, estar con su abuela, rogo perdón al cielo y después de tanto llorar quedo tendido.
Por varios días Camilo estuvo en la aldea, ayudando en lo posible a las personas, sin mencionar alguna vez aquella piedra milagrosa que lo había traído hasta ese lugar.
Llego el día de partir, el indio tomo la mano de Camilo y en ella deposito una pequeña piedra, -“tu nobleza te hará grande por siempre, que se cumpla lo que deseas”, Camilo agradeció el gesto pero su deseo ya no podía cumplirse, pidió entonces bienestar para los aldeanos. Entonces el indio agrego –“la Fe no tiene limites”.
Una brisa muy suave tocó su rostro, la mañana empezaba a florecer, Camilo abrió sus ojos, extendió su mano y encontró en ella una pequeña piedra, llevo la otra mano a su costado pero no encontró la herida, noto entonces que se encontraba en casa de don Gabriel, corrió despavorido a su casa en busca de su abuela pero no hallo a nadie. Completamente confundido, advirtió un gran volumen de gente en la calle, se acerco al lugar y las lagrimas corrieron incontenibles, -“Abuela!!!”-, la mujer en medio de la multitud se volvió hacia el. Esa mañana su mal se había ido, como por un verdadero milagro se había curado.

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